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Aventuras

—¿La tiene usted realmente?—gritó empuñando á Sherlock Holmes por ambos hombros mirándole ansiosamente la cara.

—Todavía no.

—¿Pero abriga usted alguna esperanza?

—Abrigo una esperanza.

—Entonces, vamos. Ardo en impaciencia de estar allá.

—Tenemos que hacer, llamar un coche.

—No; mi cupé está abajo.

—Eso simplifica las cosas.

Bajamos, y nos dirigimos una vez más á Briany Lodge.

—Irene Adler se ha casado—dijo Holmes.

—¡Casado! ¿Cuando?

—Ayer.

—Pero ¿con quién?

—Con un abogado inglés que se llama Norton.

—Pero ella no puede amar á ese hombre.

—Mi esperanza es que le ame.

—¿Por qué tal esperanza?

—Porque eso ahorrará á vuestra majestad todo temor de futuras molestias. Si esa señora ama á su esposo, no ama á vuestra majestad; y si no ama á vuestra majestad, no hay razón para que piense en estorbar el proyecto de vuestra majestad.

—Es cierto. ¡Y sin embargo!... ¡Sí, ojalá hubiera sido de mi categoría! ¡Qué reina habría sido!