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Aventuras

su hijo, una que no es madre acude á su cofre de joyas. Pero, en este caso era claro para mi que nuestra dama nada tenía en la casa que le fuera más precioso que aquello que nosotros buscábamos: seguro estaba de que se precipitaría al sitio en que lo tenía guardado, para sacarlo consigo. La alarma de incendio fué admirablemente dada. Ese humo y ese griterio habrían sido suficientes para poner en conmoción nervios de acero. Ella correspondió soberbiamente. La fotografía está en un escondrijo, detrás de una tablilla corrediza, exactamente encima del botón de campanilla que queda á la derecha. En un segundo estuvo ella en ese sitio, y alcancé á ver la fotografía en el momento en que la sacó. Cuando grité que aquello no era más que una falsa alarma, volvió á poner allí la fotografía, vió el cohete, se precipitó afuera del cuarto, y no la he vuelto á ver. Yo me levanté, formulé mis excusas, y me escapé de la casa. Vacilaba sobre si trataría de apoderarme en el acto de la fotografía; pero el cochero había entrado y me observaba atentamente, por lo cual prefería esperar. Un pequeño exceso de precipitación podía perderlo todo.

—¿Y ahora?—le pregunté.

—Nuestra investigación ha terminado, practicamente. Mañana iré á la casa con el rey, y con usted, si desea usted ir con nosotros. Se nos hará entrar en la sala para que esperemos á la señora, es probable que cuando entre ella en