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Aventuras

lo había figurado por la sucipta descripción de Sherlock Holmes, pero el barrio parecía ser menos tranquilo de lo que yo esperaba. Al contrario, para ser una pequeña calle de un soberbio apacible, estaba demasiado animada. En una esquina había un grupo de hombres desarrapados que fumaban y reían, un afilador que hacía andar su rueda, dos soldados que enamoraban á una niñera, y varios jóvenes bien vestidos que se paseaban perezosamente, con el cigarro en la boca.

—Vea usted—me observó Holmes, mientras íbamos y veníamos por delante de la casa:—este casamiento simplifica más bien la cuestión. La fotografía es ahora una arma de dos filos. Es muy probable que nuestra dama sea tan adversa á dejarla ver por el señor Godfrey-Norton, como lo es nuestro cliente á que la vea la princesa. Ahora la cuestión es ésta: ¿dónde vamos á encontrar la fotografia?

—Sí, ¿dónde?

—No es creible que ella la lleve consigo: es de tamaño gabinete, demasiado grande para ocultarla en los vestidos de una mujer. Ella sabe, además, que el rey es capaz de hacerla caer en una emboscada y registrarla. Ya ha habido dos tentativas de esa clase. Podemos, pues, creer que no la lleva consigo.

—¿Dónde la tiene, entonces?

—En poder de su banquero ó de su abogado; existe esa doble posibilidad, pero no me siento