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de Sherlock Holmes

nerme junto á la ventana, que fijarme en usted, y, al ver la seña, arrojar adentro este objeto; dar enseguida la alarma de incendio, esperar á usted en la esquina.

—Precisamente.

—Entonces, puede usted confiar enteramente en mi.

—Excelente. Ahora creo que es hora de que me prepare para el nuevo róle que tengo que desempeñar.

Desapareció en su dormitorio, y volvió á los pocos minutos, con el exterior de un clérigo nonconformista, amable y simplón. Su ancho sombrero negro, su pantalón ancho, su corbata blanca, su simpática sonrisa y su mirada que expresaba una investigadora y benévola curiosidad, eran tales que sólo un gran actor podría igualarlas. Con Holmes pasaba que no solamente cambiaba de traje: su expresión, sus maneras, su misma alma parecían variar con cada nuevo papel que asumía. El teatro perdió un suberbio actor, así como la ciencia perdió un agudo razonador, cuando Sherlock Holmes se hizo especialista en crimen.

Eran las seis y cuarto cuando salimos de la casa, y todavía faltaban diez minutos para la hora cuando llegamos á la avenida Serpentina. Ya había obscurecido, y en Briony Lodge acababan de encender las luces cuando empezamos á pasearnos de arriba abajo, esperando la llegada de la inquilina. La casa era tal cual me