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Aventuras

ra tiene más cara de hombre. ¡Qué camarón es, qué camarón!

Whank Ryder se había tambaleado un instante, y casi se había caído; pero el brandy le hizo subir un poco de sangre á las mejillas. Sentado ya, miraba fijamente, con ojos espantados, á su acusador.


—Tengo en mis manos casi todos los eslabones de la cadena y todas las pruebas que podrían ser necesarias; de modo que poco es lo que tiene usted que decirme. Sin embargo, sería bueno aclarar ese poco para completar la averiguación. Usted habia oído hablar, Ryder, de esta piedra azul de la condesa de Morcar?

—Catalina Cusack fué quien me habló de ella.

—Comprendo: la doncella de la dama. Así, pues, la tentación de la fortuna tan fácilmente adquirible, lo dominó á usted, como ha dominado á tantos hombres mejores que usted, pero no ha sido usted muy escrupuloso en los medios que ha empleado. Me parece, Ryder, que en usted hay la madera de un canalla bastante canalla. Sabía usted que ese Horner, el plomero, se había comprometido antes en un hecho parecido, y que las sospechas recaerían sobre él. ¿Qué hizo usted entonces? Desarregló usted algo en el cuarto de la señora, usted con la ayuda de su aliada la Cusack, é hizo usted de modo que para la compostura fueran á llamar á Horner. Luego, cuando hubo salido, robó usted el carbunclo,