me interesan. El ganso quedó en depósito hasta esta mañana que, á pesar de la temperatura fría, comenzó á hacer ver que era necesario comerlo sin más tardanza. Su hallador se lo ha llevado, pues, para que sufra el último destino de un ganso, y yo sigo depositario del sombrero perteneciente al desconocido caballero que perdió su manjar de Navidad.
—No puso avisos en los diarios?
—No.
—Entonces, ¿qué clave podría usted tener con respecto á su identidad?
—Solamente lo que es posible deducir.
—Del sombrero?
—Precisamente.
—Usted se chancea. ¿Qué puede usted descubrir en este sombrero viejo y estropeado?
—Tome usted esta lente, usted conoce mis métodos. ¿Qué puede usted mismo descubrir con respecto á la individualidad del caballero que ha usado esta prenda?
Tomé con ambas manos el maltratado objeto, y lo volví de un lado á otro, con ademán más triste que alegre. Era un sombrero negro muy ordinario, de la usual forma redonda, duro, y muy gastado por el uso. El forro había sido de seda roja, pero estaba bastante descolorido. No tenía el nombre del fabricante; pero, como Holmes había observado, tenía las iniciales «E. B.» escritas en un lado. Un ganchito para sujetarlo del cordón elástico atravesaba el ala. pero el