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de Sherlock Holmes

en la desaparición del señor Neville Saint Clair, de Lee.

—Sí; lo trajeron y se le guarda para las nuevas investigaciones.

—Así me han dicho. Lo tiene usted aquí?

—En las celdas.

—¿Está quieto?

—Oh! No da la menor molestia. Pero es un canalla muy sucio.

—Sucio?

—Si. Lo más que podemos conseguir es que se lave las manos, y tiene la cara tan negra como la de un deshollinador. Pero una vez que se halla definido su situación, le haremos tomar un buen baño, de los reglamentarios en la prisión, y creo que si usted lo yiera, convendría conmigo en que lo necesita.

—Mucho me gustaría verle.

—Le gustaría á usted? Pues es fácil. Venga usted por aquí. Deje usted su maleta.

—No, voy á llevarla.

—Muy bien.—Tenga usted la bondad de venir por este lado.

Nos guió por un pasadizo, abrió una puerta cerrada con cerrojos, bajó por una escalera de caracol, y nos condujo así á un corredor.

—La tercera de la derecha es la suya—dijo el inspector.—¡Esta es!

Abrió sin ruido, tirando hacia atrás la hoja, una ventanilla hecha en la parte superior de la puerta, y miró hacia adentro.