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de Sherlock Holmes

gún he podido cerciorarme, asciende á ochenta y ocho libras y diez chelines, pero tiene en su crédito en el Banco de la capital y de los condados, doscientas veinte libras. No hay, por consiguiente, razón para pensar que han pesado en su ánimo inquietudes por dinero.

El lunes último salió el Sr. Neville Saint Clair para la ciudad algo más temprano que de costumbre: antes de salir, dijo que tenía dos comisiones importantes que desempeñar, y ofreció á su hijito traerle una caja de soldados de plomo.

Y por una casualidad, su esposa recibió ese mismo lunes, poco después de haber salido él, un telegrama en que se le decía que una pequeña encomienda de considerable valor que ella esperaba, estaba ya en las oficinas de la compañia de navegación de Aberdeen.

Si conoce usted bien Londres, debe usted saber que el local de esa compañía está en la calle Fresno, que se extiende hasta el callejón alto de Swanden, donde me ha encontrado usted esta noche. La señora Saint Clair almorzó, fué á la ciudad, hizo algunas compras en las tiendas, pasó á las oficinas de la compañia, recogió su paquete, y exactamente á las 4.35 pasó por el callejón de Swanden de regreso á la estación.

¿Ha seguido usted mi relato?

—Es muy claro.

—Usted se acordará de que el lunes fué un dia excesivamente caluroso, lo que hizo que la señora Saint Clair anduviera lentamente, miran.