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de Sherlock Holmes

usted, pues, mi violín, y tratemos de olvidar durante media hora este tiempo miserable y los sentimientos aún más miserables de los hombres.

Había amanecido, y el sol irradiaba con contenido brillo á través del tenue velo que cubre la gran ciudad. Cuando bajé, Sherlock Holmes estaba ya tomando el desayuno.

—Dispénseme usted que no lo haya esperado —me dijo.—Veo que voy á tener un día muy ocupado con la investigación del asunto del joven Openshaw.

—Qué pasos va usted á dar?

—Eso dependerá, en mucho, de los resultados de mis primeras averiguaciones. Es posible, bien mirado, que tenga que ir á Horsham, —No irá usted primero allá?

—No: comenzaré por la City. Toque usted la campanilla para que la muchacha le traiga el café.

Mientras esperaba, tomé de la mesa el diario, todavía no desdoblado, y eché una ojeada por él. Mis ojos se detuvieron en un epigrafe que me heló el corazón.

—Holmes—exclamé.—Llega usted tarde.

—¡Ah!—dijo él, dejando la taza.—Me lo temía.

¿Cómo ha sido?

Hablaba en tono tranquilo, pero yo veía que estaba hondamente conmovido.

—Mi vista tropezó con el nombre de Opens—

. Tomo I.—10