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Aventuras

pobre liebre cuando la serpiente se arrastra hacia ella. Me parece que estoy entre las garras de algún maligno ser inexorable contra el cual no hay previsiones ni precauciones eficaces.

—Chist ichist!—exclamó Sherlock Holmes.

—Tiene usted que ponerse en acción, hombre, ó está usted perdido. Sólo la energia puede salvarlo á usted. No es esta la hora de desesperar.

—He dado parte á la policia.

—1Ah!

—Pero el inspector con quien hablé ha escuchado mi relato con una sonrisa. Estoy convencido de que se ha formado la opinión de que las cartas son todas obra de algún bromista, y que mi padre y mi tío han muerto en realidad por accidente, como los jurados han declarado, y que las amenazas de las cartas nada han tenido que ver con esas muertes.

Holmes blandió en alto sus apretados puños.

—Increíble imbecilidad!—exclamó.

—Sin embargo, me ha dado un vigilante para que esté conmigo en mi casa.

—Ha venido esta noche con usted?

—No; la orden que tiene es de permanecer en la casa.


—¿Por qué ha venido usted en busca míadijo Holmes, ó más bien, ¿por qué no vino usted inmediatamente?

—No sabía nada de usted. Sólo hoy, que hablé de lo que me ocurre con el mayor Prendergast, me aconsejó que viniera á ver á usted.