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Aventuras

tos de reclusión. Había en esto, sin embargo, una excepción singular: tenía él un cuarto, una habitación de madera situada entre las buhardillas, que estaba siempre cerrada y á la cual no permitía que entrara yo ni nadie. Con la curiosidad propia del niño había yo mirado por el agujero de la cerradura, pero nunca había alcanzado á ver más que un amontonamiento de viejos baules y atados como el que debía haber en semejante cuarto.


«Un día—esto sucedía en marzo de 1883—habia una carta con estampilla extranjera en la mesa, delante del plato del coronel. No era cosa común que recibiera cartas, pues pagaba todas sus cuentas al contado y no tenía amigos de ninguna clase.

—De la Indial—dijo, al tomarla.—¡Sello de Pondicery! ¿Que será?

«La abrió apresuradamente, y de adentro saltaron cinco pepitas secas de naranja, que se desparramaron en su plato. Yo empecé á reirme al ver eso, pero la risa se desvaneció de mis labios al ver la expresión de su cara: el labio inferior caído, los ojos salidos de las órbitas, la cutis del color del yeso, y la mirada fija en el sobre que todavía tenía en la mano temblorosa.

—K. K. KI gimió; y luego: ¡Dios mío! ¡Dios mío! Mis pecados recaen sobre mi cabeza!

—¿Qué es eso, tío?—exclamé —«La muerte—contestó: y levantándose de la mesa, me dejó palpitante de terror.