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corazón de la tribu de Levi, y el pavimento de los claustros había sido mancillado con sangre en la hora en que el crimen cree conseguir impunidad con las tinieblas. La autoridad civil no podía ser indiferente á este espectáculo. Ojalá que el Sr. Rivadavia hubiera encontrado en su tiempo á la cabeza de la diócesis uno de esos fuertes varones que saben ir al fondo de las intenciones del Evanjelio por los caminos mas cortos! El se hubiera abrazado con el santo pastor y habriale cedido la iniciativa en la parte eclesiástica de la reforma. Pero aquel deseable obispo no existía. En su defecto el Sr. Rivadavia ordenó que se estableciesen conferencias semanales para todos los individuos del clero sobre materias de ciencias eclesiásticas. El decreto de 5 de abril de 1823, se funda en estas bellas consideraciones: "No basta que el clero de Buenos Aires obtenga por su santidad una reputación distinguida, ni que los servicios en la causa de la independencia le designen un buen lugar entre las clases que han contribuido á establecerla. Es menester algo más; es menester que su crédito se eleve por la civilización, y que llegue por este medio á ponerse en estado de cargar con la responsabilidad de difundirla."

Esta es la verdadera tendencia de la reforma eclesiástica tan desfigurada por la oposición