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—Pero ¿adonde vas, querida?—le pregunta Vasia, a la mañana siguiente, a su mujer, que está poniéndose el sombrero ante el espejo—. ¿Adonde vas?

Y le dirige miradas suplicantes.

— ¿Cómo que adonde voy?—contesta ella, asombrada—. ¿No te he dicho que hoy se repite la función de teatro en casa de María Lvovna?

Un cuarto de hora despenes toma el tole.

El marido suspira, coge la cartera y se va a la oficina. Las dos noches de vigilia le han producido un fuerte dolor de cabeza y un gran desmadejamiento.

—¿Qué le pasa a usted?—le pregunta su jefe.

Vasia hace un gesto de desesperación y ocupa su sitio habitual.

—¡Si supiera vuestra excelencia—contesta—lo que he sufrido estos dos días!... ¡Mi Lisa está enferma!

—¡Dios mío!—exclama el jefe—. ¿Lisaveta Pavlovna? ¿Y qué tiene?

El otro alza los ojos y las manos al cielo, como diciendo:

—¡Dios lo quiere!

—¿Es grave, pues, la cosa?

—¡Creo que sí!

—¡Amigo mío, yo sé lo que es eso!—suspira el alto funcionario, cerrando los ojos—. He perdido a mi esposa... ¡Es una pérdida terrible!... Pero estará mejor la señora, ¿verdad? ¿Qué médico la asiste?