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MARGARITA ABELLA CAPRILE 31

PARA S. M. LA REINA VICTORIA EUGENIA

Majestad: para hablaros—gloria de mi destino— Atravesé los mares y he cambiado de estrellas.

La Cruz del Sur, un tiempo, fué siguiendo mis huellas, Pero, al fin rezagada, se quedó en el camino.

Crucé por ecuadores cuajados de centellas, Dejando muy distantes el gran prodigio andino, Y la pampa que, al brillo del astro vespertino, Llora infinitamente nostálgicas querellas.

Yo he venido a deciros que, en la América mía, Es orgullo ser hijos de la sana hidalguía Y del altivo empuje del ánimo español,

Y que la luz del Cristo de los conquistadores, Con su inmenso destello, nubló los resplandores Que ardían, milenarios, en el templo del Sol.

SOLEDAD

¡Ah, qué desolación y qué cansancio este inútil luchar,

cada espíritu es como una isla

a la que nadie nunca arribará!

Rodeado por el mar de su egoísmo, o rodeado quizás

por el mar de zafiro del ensueño cada espíritu siempre solo está.

A través de esa hondura de ellos mismos ni las ideas llegarán jamás,

se desvirtúa nuestro pensamiento

al cruzar.