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Y quienes te lo dicon?—preguntó con calma, después de algunos instantes de silencio.

—Todos, señor—contestó Manuela, volviendo su espíritu á su natural estado, todos cuantos vienen a esta casa, parece que se complotan para infundirme temores sobre los peligros que lo rodean á usted.

—¿De qué clase?

¡Oh l'nadie me habla, nadie se atreve á hablar de peligros de guerre, ni de politica, pero todos pintan á los unitarios como capaces de atentar en cada momento contra la vida de usted... todos mo recomiendan que lo vele, que no lo deje solo; que me haga cerrar las puertas: acabando siempre por ofrecerme sus servicios, que, sin embargo, nadie tiene quizá la sinceridad de ofrecérmelos cor lealtad, pues sus comedimientos son más una jactancia que un buen deseo.

—¿Y por qué lo crees?

—¿Por qué lo creo? ¿piensa usted que Garrigos, que Torres, que Arana, que García, que todos esce hombres que el deseo de ponerse bien con usted trao á esta casa, son capaces de exponer su vida por ninguna persona de este mundo? Si temen que sucoda una desgracia, no es por usted, sino por ellos mismos.

—Puede ser que no te equivoques—dijo Rosas, con calma, y haciendo giar sobre la mesa el plato que tenía por delante, pero si los unitarios do me maten en este año, no me han de matar en los que vienen. Entretanto, tú has cambiado la conversación. Te has enojado porque Su Paternidad te quiso dar un beso, y yo quiero que hagas las paces con él. Fray Viguá—continuó, dirigiéndose al mulato, que tenía pegado el plato de dulce contra la cara,