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Si viene...

—Si viene el diablo, que le diga á usted lo que quiere le interrumpió Rosas bruscamente.

—Está muy bien, Excelentísimo señor.

—Oiga usted.

—Señor?

—Si viene Cuitiño, avíseme.

—Está muy bien.

—Retirese... ¿Quiere comer?

—Doy las gracias & Su Excelencia; ya he cenado.

Mejor para usted.

Y Corvalán fuése con sus charreteras y su espadín á reunir con los hombres que estaban tendidas sobre las sillas, en aquel cuarto de la izquierla del patio, que ya el lector conoce, y al que el edecán de Su Excelencia acababa de dar el nombre de oficina, tal vez porque al principio de su administración Rosas había instalado en ese cuarto la comisaría de campaña, aun cuando al presonte sólo servía para fumar y dormitar los ayudantes de ese hombre que, como invertía los principios políticos y civiles de una sociedad, invertía el tiempo, haciendo de la noche día para su trabajo, su comida y sus placeres.

Manuela !—gritó Rosas luego que salió Corvalán, entrando en el cuarto contiguo donde ardia una vela de sebo cuyo pábilo carbonizado dejaba esparcir apenas una débil y amarillenta claridad.

Tatita contestó una voz que venía de una picza interior. Un segundo después apareció aquella mujer que encontramos durmiendo sobre uns cama, sin desvestirse.

Era esa mujer una joven de veintidós á veintitrés años, alta, algo delgada, de un talle y de unas