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— te ellos, es decir, á las doce de la noche del 4 de mayo de 1840, cuando nos introducimos con el lector en una casa de la calle del Restaurador.

En el zaguán de esa casa, completamente obycuro, había tendidos en el suelo y envueltos en su poncho, dos gauchos y ocho indios de la Pampa, armados de tercerola y sable, como otros tantos perros de presa que estuviesen velando la mal cerrada puerta de la calle..

Un inmenso patio cuadrado y sin ningún farol que le diese lus, dejaba ver la que se proyectaba por la rendija de una puerta á la izquierda, que daba á un cuarto con una mesa en el medio que contenía solamente un candelero con una vela de sebo, y unas cuantas sillas ordinarias, donde estaban, más bien tendidos que sentados, tres hombres de espeso bigote, con el poucho puesto y el sable á la cintura, y con esa cierta expresión en la fisonomía que da los primeros indicios á los agentes de la policía secreta de París ó Londres, cuando andan á caza de los que se escapan de galeras, foragidos que han de entrar en ellas.

Del zaguán, doblando á la derecha, se abría el muro que cuadraba el patio, por un angosto pasadizo con una puerta a la derecha, otra al fondo y otra á la izquierda. Esta última daba entrada á un cuarto sin comunicación, donde estaba sentado un hombre vestido de negro y en una posición meditabunda. La puerta del fondo del pasadizo daba entrada á una cocina estrecha y ennegrecida; y la puerta de la derecha, por fin, conducía á uma especie de antecámara que se comunicaba con otra habitación de mayores dimensiones, en la que se vela una mesa cuadrada, cubierta con una carpeta de bayeta grana, unas cuantas si-