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afrentaba, y sólo su audacia le inspiraba confianza.

En los últimos días de marzo, el general la Madrid había sido enviado por Rosas á consolidar su quebrantado poder en las provincias revolucionadas. Pero, casi solo, el valor personal del antiguo contendor de Quiroga, no era suficiente para la empresa que se lo confiaba, y tuvo que demorarse en Córdoba para reclutar algunos soldados.

Para auxiliar á Echagüe y á Oribe, en la provincia de Entre Ríos, acabs Rosas por arrojar el guante á la paciencia del pueblo de Buenos Aires; y en los meses de marzo y abril hace ejecutar esa escandalosa leva de ciudadanos de todas las clases, de todas las edades, de todas las profesiones, que no fuesen federales conocidos, y que debían elegir entre marchar al ejército como soldados veteranos, ó dar en dinero el valor de dos, diez y hasta cuarenta personeros; debiendo, entretanto, permanecer en las cárceles ó en los cuarteles.

Este primer anuncio de la época del terror que comenzaba, por una parte; y por otra el entusiasmo, la fiebre patria que agitaba el espíritu de la juventud, el ruido de las victorias del ejército libertador y la propaganda de la prensa de Montevideo, daban origen á la numerosa y distinguida emigración que dejaba las playas de Buenos Aires por entre los puñales de la Mazorca.

La ciudad estaba desierta. Los que huían de los personeros, se ceultaban; los que tenían valor y medios, emigraban.

Para resistir á Lavalle, vencedor en dos batallas, Rosas tenía apenas unos restos de ejército encajonados contra el Paraná en la provincia de Entre Ríos.

Para contener las provincias, sólo podía enviar