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mum Y pronunciando Daniel como para sí mismo esas últimas palabras, tomó las tres primeras cartas que había escrito, y continuó.

—Bien, Ferinín, no te llevarán al servicio. Oye lo que voy a decirte: Mañana, á las nueve, llevarás un ramo de flores á Florencia, y cuando salga á recibirlo le pondrás en la mano esta carta. Pasarás en seguida á casa de don Felipe Arana, y le entregarás esta otra. Irás después á casa del coronel Salomón, y le entregarás también esta otra carta. Tén mucho cuidado de leer los sobres al entregar las cartas.

No hay cuidado, señor.

—Oye más.

—Diga usted, señor.

—De vuelta de tus diligencias, pasarás por la casa de Marcelina.

—Aquélla de...

—Aquélla, sí; aquélla á quien prohibiste que entrasc de día en mi casa, y que tuviste razón para eso le dirás, sin embargo, que venga inmediatamente á verme.

—Está muy bien.

—A las diez de la mañana estarás de vuelta, y, ei no me he levantado aún, me despertarás tú mismo.

—Sí, señor.

—Antes de salir, da orden de que se me despierte si viene alguien á buscarne, cualquiera que sea.

—Muy bien, señor.

—Ahora, una sola palabra más, y véte á acostar. No adivinas que palabra será esa?

—Ya sé, señor—dijo Fermín con una marcada expresión de inteligencia en su fisonomía.