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Alcorta estaba ya de pie, despidiéndose de Amalia, cuando volvió Daniel.

Nos vamos ya, señor?

—Me voy yo; pero usted, Daniel, debe quedarse.

—Perdone, señor; tengo necesidad de ir á la ciudad, y aprovecho esta circunstancia para que vayamos juntos.

¡Bien, vamos, pues 1—dijo Alcorta.

—Un momento, señor. Amalia: todo queda dispuesto; Fermín vendrá á mediodía á saber de Eduardo, y yo estaré aquí á las siete de la noche.

Ahora, recógete. Muy temprano haz lo que te he prevenido, y nada temas.

—Oh! yo no temo sino por ti y por tu amigo!

—le contestó Amalia llena de animación.

—Lo creo, pero nada sucederé.

—¡Oh! el señor Daniel Bello tiene grande influencia—dijo Alcorta con una graciosa ironía, fijos sus ojos dulces y expresivos en la fisonomía de su discípulo, chispeante de imaginación y de talento.

— Protegido de los señores Anchorena, consejero de S. E. el señor Ministro don Felipe y miembro corresponsal de la Sociedad Popular Restauradora —dijo Daniel con tan afectada gravedad, que no pudieron menos de soltar la risa Amalia y el doctor Alcorta.

Ríense ustedes—continuó Daniel, pero yo no, pues sé prácticamente lo que esas condecoraciones sirven en mi para...

—Vamos, Daniel." —Vamos, señor, Amalia, ; hasta mañana! E imprimió un beso en la mano que le tendió su prima.

—Buenas noches, doctor—dijo Amalia, acompa-