Página:Amalia - Tomo I (1909).pdf/58

Esta página no ha sido corregida
— 54 —

—Ninguno absolutamente, pero su curación podrá ser larga.

Y cambiando estas palabras, llegaron a la sala, donde Alcorta había dejado su sombrero.

Amalia estaba en el mismo sillón en que la dejamos, apoyada su cabeza en su pequeña mano, cuyos dedos de rosa se perdían entre los rizos de su cabello castaño—claro, —Señor, esta señora es una prima hermana mía, Amalia Sáenz do Olabarrieta.

—En efecto—dijo Alcorta, después de cambiar con Amalia algunos cumplimientos, y sentándose al lado de ella, en la fisonomía de entrambos hay muchos rasgos de familia; y creo no equivocarme al asegurar que entre ustedes hay también mucha afinidad de aima, pues observo, señora, que usted sufre en este momento porque ve sufrir; y esta impresionabilidad del alma, esta propensión simpática, es especial en Daniel.

Amalia se puso colorada sin comprender la causa, y respondió con palabras entrecortadas.

Daniel aprovechó el momento en que aquélla recibía de Alcorta las instrucciones higiénicas, relativas al enfermo, para ir, de un salto, al aposento de éste.

—Eduardo, yo necesito retirarme, y voy á acompañar á Alcorta. Pedro va á quedarse en este mismo aposento, por si algo necesitas. No podré volver hasta mañana la noche. Es forzoso que me halle en la ciudad todo el día; pero mandaré á mi criado á saber de ti. Me permites que dé al tuyo todas las instrucciones que yo considere necesarias?

—Haz cuanto quieras, Daniel, con tal que no comprometas á nadie en mi mala fortuna.

—Volvemos? Tú tienes más talento que yo,