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El otro es el comandante Maestre, forajido de profesión.

—Vamos, no falta sino que el otro pertenezce á tan nobles jerarquías.

— —Pues no, señora, el otro es el general Pintos, verdadero caballero, verdadero soldado de la República; pero, para manchar los galones de ese y de los que se le parecian, la federación moderna puso los galones militares en hombres como á los tres primeros.

—Sabe usted, señora,—dijo Amalia,—que, siu negar que son interesantes las biografías que usted hace en tan pocas palabras, me interesaría más saber cuál de estas señoras es Manuelita, y cuál Agustina?

—Las dos están en este momento bailando en la otra sala; ¿le habrán dicho á usted que Agustina es una belleza?

—Cierto, esa es la opinión universal. ¿No es así la do usted?

—Cierto que si; solamente que yo la llamo belleza federal.

—Lo que quiere decir?

—Que es una belleza con la cara punzó.

Amalia se rió.

—Ese no es un defecto, señora; ese es el color de las rosas—dijo á la señora de N...

—Usted lo ha dicho: es el color de las rosas.

—Pero, en fin, ¿es una linda mujer?

—No.

—¿No?

—Es una linda aldeana, pero aldeana; es decir, demasiado rosada, demasiado gruesos sus brazos y sus manos, demasiado silvestre para el buen tono y demasiado frívola entre la gente de espíritu.