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.bía sobradas cosas de qué ocuparse, para hacer á una pobre viuda el honor de acordarse de ella.

— Una pobre viuda, que no tiene rival en belleza, y que, según dicen, ha hecho de su casa un templo de soledad y buen gusto!; Ah, señora! Si i usted supiera qué pocas son las cosas bellas y de buen gusto que nos han quedado en Buenos Aires, no se resentiría entonces la modestia de usted!

—Pero, señora—contestó Amalia, —yo veo aquí el ejemplo contrario de lo que usted me dice.

— Aqui?

—Aquí, sí, señora.

Aquí? De buen gusto? ¡Por Dios, no me haga usted perder parte de la admiración que me ha causado dijo la señora con una sonrisa la más picante y despreciativa del mundo.— El buen gusto prosiguió, —hace muchos años que ha desaparecido de Buenos Aires. ¡Oh, si usted hubiera visto nuestros hailes de otro tiempo! ¡Qué hombres qué mujeres! Oh, eso era elegancia y buen gusto, señoral; Pero hoy!

M Podría saber, señora, si no es indiscreción, con quién tengo el honor de hablar?

—Soy la soñora de N...

—¡Ah! e felicito por esta ocasión en que tengo el honor de saludar á la señora de N...

Parece que usted quedó admirada sobre mi juicio respecto á este baile, no es verdad?—proó siguió la señora de N... que al parecer estaba empeñada en criticar cuanto allí había.

—Confieso á usted que yo no echo de menos ese buen toro que extraña usted—le respondió Amalia, que todo lo quería oir, sin decir ella nada.

—Oh, por Dios!

Cómo! No halla usted de buen tono le com-