Página:Amalia - Tomo I (1909).pdf/310

Esta página no ha sido corregida
— 306 —

dada, no fué invitada á las cuadrillas; sucede generalmente, que á la impresión que hace una mujer bella desconocida al presentarse en un baile, se apodera del espíritu de los hombres cierto temor, cierta desconfianza de solicitar su compañía en la danza, porque no pueden imaginarse que tal mujer no tenga veinte compromisos para esa noche, y temen recibir una negativa en la primera solicitud.

— Pero la pobre Amalia no conocía á nadie, con nadie estaba comprometida: los jóvenes se chasquearon, y ella quedó sola al lado de una señora anciana, con todos los aires de una de aquellas viejas Marquesas del tiempo de Luis XIII , en Francia, ó del Virrey Pezuela en la ciudad de los Incas.

—Ha venido usted muy tarde, señorita—dijo & Amalia la señora anciana, haciéndole uno de esos saludos casi imperceptibles, pero elegantes, que sólo saben hacer las personas de calidad, que han aprendido desde niñas el manejo de los ojos y de la cabeza.

—En efecto, pero me ha sido imposible venir antes contestó Amalia, volviendo el saludo á su vecina, en cuya fisonomía y en cuyo traje descubrió al momento una persona de distinción, como, al mismo tiempo, su poca exaltación por la causa federal en el moño pequeñísimo que traia, casi oculto, entre un adorno de blondas negras en su cabeze. Porque hasta los días en que estamos del año de 1840, el més ó menos federalismo se calculaba por el mayor ó menor tamaño de las divisas; y dos personas que se encontraban, sabían perfectamente la opinión á que ambas pertenecían con sólo mirarse el ojal de la casaca, si eran hombres, ó la cabeza, si eran señoras.