Yo creía que sería más! ¡Si hubiésemos degollado al otro, nos hubiese tocado la bolsa de onzas.
—Y adónde iban esos unitarios? Al ejército de Lavalle, no es verdad?
— Pucs! Y adónde se habían de ir? Lo que yo siento es que no se quieran ir todos, para que tuviéramos de éstas todas las noches.
Pero, y si alguna vez entra Lavalle, y alguien nos delata !
— Qué Nosotros somos mandados; y cuando veamos la cosa mal, nos pasarernos; entretanto, yo me he de hacer matar por el Restaurador, y por eso soy de la gente de confianza del Comandante.
Fiate mucho! ¡Que nos eche de menos luego, y veremos tú y yo lo que nos pasa!
—¡Oh! ¿Y él no nos mandó por este lado, y ú Morales por el Retiro, y á Diego, con cuatro más, á por las calles, á buscar al que se escapó? Entonces, le decimos mañana que hemos pasado la noche buscándolo, y no nos dirá nada.
—Pero, qué susto llevaba Camilo cuando fué á avisar al Comandante! Le dijo que salieron cuatro á proteger al unitario, pero no le ha de haber creido, porque sabe que es flojo.
—Sí, pero los otros no eran flojos, y uno solo no los había de matar. Por mi parte, yo no los busco.
—¡Qué buscarlos! Yo me voy á la Boce—dijo aquel que había traído los billetes en el sombrero, levantándose y montando tranquilamente en su caballo, mientras el otro se dejó estar sentado.
—Bueno—dice éste,—ándate no más; yo voy á acabar mi cigarro antes de irme á casa; mañana to iré á buscar de madrugada, para que nos vayamos al cuartel.