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y dos hilos de aquéllas se escapaban de la trenza ë iban á adornar la blanca y casta frente de la joven; y un ramito de pimpollos semejantes á los del vestido, estaba colocado, bella y maliciosamente, en el lado izquierdo de la cabeza; para que el lindo adorno de la Naturaleza hiciera las veces del repulsivo símbolo de la federación.

W Agustina estaba perdida. Acababa de caer de su trono al impulso de una revolución obrada en la admiración universal por la belleza de Amalia.

La señorita Dupasquier estaba encantadora, pero era uma belleza conocida ya, en tanto que Amalia era la primera vez que es presentaba en público. Y la novedad, esta reina despótica de la sociedad, hacía alianza con la radiante hermosura de Amalia para cautivar la mirada y el entusiasmo de todos.

La misma Agustira no pudo prescindir de conteraplarla y admirarla largo tiempo.

Varios jóvenes se apresuraron á ofrecer su brazo á les recién llegadas y conducirlas á los asientos que eligieran; porque en ese baile ninguna señora hacía los honores del recibimiento.

Pero, fuera casualidad, ó la obra de ese iustinto pocas veces equivocado entre las personas de una misma clase para encontrar sus iguales sin conocerlos, Amalía fué á sentarse con Florencia en un ángulo del salón, donde se habían reunido todas las damas que allí había por la voluntad de sus maridos, tan poco federales como ellas, pero, ea obse:

quio de la verdad, con mucho más miedo que sus nobles esposas.

Florencia fué levantada en el acto por un joven amigo de Daniel, para las cuadrillas que comenzaban en aquel momento. Pero Amalia, sin ser olviAMALIA 20.—TOMOI