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VEINTICUATRO

El sol del 24 de mayo de 1840 había llegado á eu ocaso, y precipitado en la eternidad aquel día que recordaba en Buenos Aires la víspera del aniversario de su grandiosa revolución. Treinta años antes se había despedido de la tierra, viendo desaparecer para siempre la autoridad del último de nuestros Virreyes, de quien, en tal día como ese, en 1810, el Cabildo de la ciudad había hecho un Presidente de una junta gubernativa, y cuya autoridad limitada descendió más, pocas horas después, contra la voluntad del Cabildo, pero por la voluntad del pueblo..

La noche había velado el cielo con su manto de estrellas, y del palacio de los antiguos delegados del Rey de España se esparcía una claridad que sorprendía los ojos del pueblo bonaerense, habituados, después de muchos años, á ver obscura é imponente la fortaleza de su buena ciudad, residencia de sus pasados gobernantes, antes y después de la revolución, pero abandonada y convertida en cuartel y caballeriza, después del Gobierno destructor de don Juan Manuel Rosas.

Los vastos salones en que la señora Marquesa de Sobremonte daba sus espléndidos bailes, y alegres tertulias de revesino, radiantes de lujo en