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ella habían comprendido en el acto todo el horrible recuerdo que encerraba la interrogación de Daniel, y todo cuanto, al mismo tiempo, quería presagiarles con ella.

Iré al baile, Daniel—dijo Amalia, humedecidos sus ojos por una lágrims brotada de su orgullo.

—¡Pero es terrible que yo sea la causal—dijo Eduardo levantándose y paseándose precipitadamente por la sala, sin sentir el dolor agudísimo que le ocasionaban esos violentos pasos en su pierna izquierda, que apenas se podía afirmar en tierra.

¡Vamos! Por amor de Dios!—dijo Daniel levantándose, tomando del brazo & Eduardo y volviéndolo al sofá;—vamos, tengo que hacer con vosotros como con dos niños. ¿Puedo tener otro objeto en lo que hago que vuestra propia seguridad? ¿No he hecho lo mismo, no he puesto el mismo empeño en que madama Dupasquier asista con mi Florencia á ese baile? ¿Y por qué, Amalia?

¿Por qué, Eduardo? Para despejar en algo el porvenir de todos de esas prevenciones, de esas 808pechas que hoy forjan el rayo sobre la cabeza en que se amontonan. La muerte se cierne sobre la cabeza de todos; el acero y el rayo están en el aire, y á todos es preciso salvar. A trueque de estos pequeños sacrificios, yo proporciono la única garantía para todos, y á la sombra de ellos, también me garanto yo mismo. Yo, que hoy necesito la libertad, la garantía, la estimación, puedo decír de esa gente, para, más tarde, de un día, de un momento á otro, poder arrancar la máscara de mi semblante, y... pero... estamos convenidos, ¿no es verdad?—dijo Daniel interrumpiéndose á sí