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piiria á medias estos deberes, si consintiese en la resolución de usted: quiere usted retirarse de mi casa, y sus heridas se volverán á abrir mortales, porque la mano que las labró volverá á dejar sentirse sobre su pecho en el momento que descubra el misterio que la casualidad y el desvelo de Daniel han podido tener oculto.

—Usted sabe, Amalia, que no han podido conseguir ni indicios del prófugo de aquella fatal noche.

—Los tendrán. Es necesario que usted salga perfectamente bueno de mi casa; y quizá será necesario emigre usted—dijo Amalia bajando los ojos al pronunciar estas últimas palabras.—Y biencontinuó volviendo á levantar su preciosa cabeza, —yo soy libre, señor, perfectamente libre; no debo á nadie cuenta de mis acciones, sé que cumplo, y sin el menor esfuerzo, un riguroso deber que me aconseja mi conciencia, y sin prohibirselo, porque no tengo derecho para ello, digo á usted otra vez, que será contra toda mi voluntad si usted se aleja de mi casa como lo desea, sin salir de ella perfectamente bueno y en seguridad.

— Cómo lo deseo! ¡Oh, no, Amalia, nol—exclamó Eduardo aproximándose á la seductora beldad que se empeñaba en retenerlo;—no, yo pasaris una vida, una eternidad en esta casa. En los veintisiete años de mi existencia, yo no he tenido vida sino cuando he creído porderla, mi corazón no ha sentido placer, sino cuando mi cuerpo ha sido atormentado por el dolor; no he conocido, en fin, la felicidad, sino cuando la desgracia me ha rodeado. Amo de esta casa el aire, la luz, el polvo, pero temo, tiemblo, por los peligros que usted corre. Si hasta ahora la Providencia ha velado por