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uero parado, porque ni pagará intereses, ni yo le haré vender la finca cuando llegue el plazo.

—¡Oh, y hará usted muy bien! Usted conoce la posición del general Mansilla: con el préstamo usted se hace de él un buen apoyo; con la reclainación se haría usted de él un mal enemigo quizá :

los hombres colocados muy alto, o gustan de que les reclamen nada.

4 —Ha acertado usted, señor Bello. La amistad de Mansilla me cuesta ya mucho, como la de otros señores; pero me daré por bien servido con tal de que me dejen vivir tranquilo, gozando con mi familia de esa poca ó mucha fortuna que tengo y que es el fruto del trabajo personal de toda mi vida.

— Triste estado, por cierto, señor González:

tener que comprar como un favor lo que se nos debe en justicia! Pero, cómo ha de ser! no se i puede hacer de otro modo, y es muy prudente lo que usted hace.

—Así lo creo.

—Sin embargo, si las sumas se multiplican en esa proporción de quinientas onzas, la cosa irá muy mal al fin de algún tiempo. ¿No es usted de mi opinión?

Y qué he de hacer? Sin embargo, esta vez me garantizo á lo menos con una hipoteca.

—¿ Se ha extendido ya?

—Todavía no.

Pero ha entregado usted el dinero?

Antcayer: una sobre ctra, quinientas onzas de oro.

Y no habría sido mejor que anteayer se hubiese extendido la escritura de hipoteca, y dar des.

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