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asientos y escribir sobre las mesas con el cortapiuinas ó con la tinta derramada.

1 Sin embargo, la mesa revelaba que don Cándido no era un hombre habitualmente ocioso, sino, por el contrario, dedicado á los trabajos de pluma; se vefa en aquélla mucho papel, algunos croquis, un enorme diccionario de la lengua, un tintero y un arenillero de estaño, y todo en ese honroso desorden de los literatos, que tienen las cosas como tienen generalmente la cabeza.

—Siéntate, descansa, reposa, Daniel—dijo don Cándido, echándose en una gran silla de baqueta, mueble tradicional y hereditario, colocado delante de la mesa.

—Con mucho gusto, señor secretario—le contostó Daniel, sentándose al otro lado de la mesa.

Y por qué no me dices, como siempre, «mi querido maestro ?» Toma porque hoy tiene una posición más esclarecida.

—De la que reniego todos los días.

—Y que, sin embargo, es preciso que usted la conserve.

—¡Oh, sin duda; hoy es mi áncora de salvación!

Además, yo tergo buenos pulmones, fuertes, vigorosos, y no me ha de cansar el señor doctor don Felipe Arana.

—Ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno de la Confederación Argentina.

—Eso es, Daniel. Sabes de memoria todos los títulos de Su Excelencia.

¡Oh! Yo tengo mejor memoria que usted, se ñor secretario!

— Esa es ironía, eh? ¿Adónde vas con ella?

A una friolera: á decir á usted que en ocho -