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dose en la capa, y hablando despacio para no ser visto ni oido de las otras mujeres, que no sabe ni quién soy, ni cómo he entrado: un solo mal rato sobre ani, lo comprará usted bien caro, doña Marcelina; pero, como hemos de ser siempre buenos amigos, mientras el reverendo cura descansa en la saia, vuelva usted á las tiendas y compre algo para las niñas—dijo Daniel, poniendo un rollo de billetes de Banco en la mano de doña Marcelina, y en seguida atravesó la calle, se reunió á don Cándido, que lo esperaba en la acera opuesta, y, tomándolo del brazo, se sumorgió en la obscura y solitaria calle de Cochabamba.

III

TREINTA Y DOS VECES VEINTICUATRO

— Despacio, Daniel, más despacio, porque c ahogo —dijo dou Cándido al llegar á la esquina de la calle de Chacabuco.

—Adelante, adelante—le contestó Daniel, doblando por esa calle, tomando en seguida la de San Juan, y enfilando luego la de las Piedras.

—Bien—dijo entonces Daniel, acortando el paso, ya hemos maniobraão en cuatro calles, y es demasiado gordo el buen fraile para que no hubiera reventado ya, en caso de que el diablo le hubiera hecho salir por la bocallave de la puerta.