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que había dicho el dignísimo cura de la Piedad & don Cándidowww — Yo?

—Usted, mal sacerdote, federal inmundo, hombre canalla; usted, á quien yo debería ahora mismo pisarlo como á un reptil ponzoñoso y libertar de su aspecto á la sociedad de mi pais, pero cuya sangre ine repugna derramar, porque me parece que su olor me infectaría. Os siento temblar, miserable, mientras mañana levantaréis vuestra cabeza de demonio para buscar sobre todas las otras la que no podéis ver en este momento, y que, sin embargo, es bastante fuerte por sí sola, pues que os hace temblar: 'á vos, que subís á la cátedra del Espíritu Santo con el puñal en la mano, y lo mostráis al pueblo para excitarlo al exterminio de los unitarios, de quien el polvo de su planta es más puro y limpio que vuestra conciencia.

Piedad, piedad, soltadme !—exclamó el fraile, á quien más arredraba la entonación de la voz y las palabras de Daniel, que cafan como gotas de plomo derretido sobre su cancerosa conciencia, que el peligro material de su posición entre las manos de aquel hombre á quien no conceís, y que, como un juez terrible, tenía en sus palabras el sello de la inexorabilidad y de la justicia.

De rodillas, miserable !—exclamó Daniel, tomando al cura Gaete por el cuello, inclinándolo hacia el suelo y consiguiendo ponerlo de rodillas sin dificultad.

—Asi—dijo, después de una breve pausa.Asií; ¡ sacrilegol ministro de ese culto de sangre con que hoy profanen en mi patria la libertad y la justicia. En mi persona pide perdón á los buenos del mal que les haces, y sea el anatema que des-