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cuando la hija del jardin argentino abrió los ojos y derramó de ellos, húmedos y melancólicos, un mar de luz perccidé á la que vierten lce crepúsculos de una tarde languida del mes de enero.

Sus labios rojos como la flor del granado, se abrieron para dejar libertad á un suspiro aromatizado con las esencias de su corazón, que acababa de despertarse entre el jardín de las ilusiones.

Sus brazos, que habrían dado envidia al cincel que labró la Venus de los Médicis, y cuya encarnación casi transparente sólo habría podido imitarse en alguna veta privilegiada del marmol de Carrara, desnudos hasta los hombros, sobre los que había apenas una pulgada de encaje para 80stener el cambray que coqueteaba sobre su seno, se extendían descuidados sobre los del sillón; y su pequeño pie, desnudo, dentro de una chinela de capritille, se escapaba del peinador de batista, de cuyas ondas, semejentes & una tenuc neblina, se podría decir:

Porem nem tudo esconde, nen descobrecomo de la gasa que cubría á la hermosa Dione del principe de los poetas lusitanos.

Sin embargo, en aquel modelo de perfecciones mujeriles, radiantes en aquel momento de cuanto puede animar la voluptuosidad humana, so reflejaba algo que los sentidos no alcanzaban é comprender, porque pertenecfa á lo más ideal de le poesía y del amor.

Aquella fisonomía, tan dulce á la par que bella, estaba hañada por una luz tenue de melancolía y de sentimiento; y en el cristal límpido de aquellos ojos, que se entreabrían en medio de un éxtasis