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i 219 1 ¿Alla?

—Sí.

Y ei magnífico caballo blanco, en el que acababa de montar Daniel, tomó al trote por la plaza de las Artes en dirección á Barracas. Llegó luego á la calle del Buen Orden, que es la prolongación de aquélla, y llegó á la barranca de Balcarce en el momento en que empezaban á apagarse los ultimos crepúsculos del día.

El joven, cuyo espíritu había pasado por tantas impresiones en el curso de ese día, como en la noche que había precedido, no pudo menos de hacer parar su caballo y extasiarse desde aquella altura en contemplar aquel bellísimo panorama que se desenvolvía á sus pies, matizado con los últimos rayos de la tarde. Porque á los veinticinco años de vida, el corazón del hombre se encadena mágicamente á los espectáculos poéticos de la Naturaleza, que descubren en su imaginación fértil y robusta todo el poder de atracción que Dios le ha impreso ante lo que se muestra bello y armónico á sus ojos. Porque los valles floridos de Barracas, al fin de ellos el gracioso Riachuelo, y á la izquierda la planicie esmeraltada de la Boca, son una de las más bellas perspectivas que se encuentran en los alrededores de Buenos Aires, contemplada desde la alta barranca de Balcarce.

Ya Daniel empezaba á descender por esa barranca, cuando sintió hacia atrás una voz que lo llamaba por su nombre, y dando vuelte á la cabeza, conoció, á veinte pasos de él, á su benemé rito maestro de escritura, que venía á gran carrera, faltándole ya las fuerzas para proseguir en ella, con su caña de la India en una mano y su sombrero en la otra.