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Daniel no dió su golpe en falso. El entusiasmo producido por este discurso sobrepasó á lo que él mismo habia osado esperar. Todos los miembros de la sociedad allí presentes, gritaron, juraron y blasfemaron contra todos aquellos que no habían asistido á la sesión y cuyos nombres había leído el secretario Romeo. Empezaron á circular nombres de los inasistentes, no ya como tales, sino como unitarios disfrazados, y Daniel aprobaba estas clasificaciones con sonrisas maliciosas ó movimientos de cabeza.

— Así, así; más os he de azuzar en adelante, mis lebreles, para que os devoréis unos á otrosdecía Daniel para sí mismo.

El presidente Salomón volvió a proclamar á los socios para que vigilasen mucho á los unitarios, y sobre todo los lugares del río por donde era presumible que se embarcasen; y después de nuevo entusiasmo y de nuevos gritos, dió por concluida la. sesión á las cinco y media de la tarde.

Daniel recibió apretones de manos y abrazos federales y se despidió de todos, siendo acompanado hasta la puerta de la calle por el presidente Salomón, que no cabía en la inmensa epidermis que lo cubría, después de su portentoso discurso, cuya satisfacción le inspireba los más amables comedimientos por el hijo de don Antonio Bello.

Nada sabían sobre Eduardo. Daniel salió contento; dobló por la calle de las Artes, y en la esquina de la de Cuyo encontró á Fermin, que lo esperaba con un caballo de la brida. La calle estaba llena de gente, y sin mirar al criado, Daniel le dijo al montar estas solas palabras:

—A las nueve.