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«Nuestro Ilustre Restaurador no puede estar >contento de nosotros, porque no lo servimos cat »mo debemos»—continuó Salomón, — —Ahora entra lo de anoche—lo dijo Daniel haciéndose que se limpiaba el rostro con el pañuelo.

«Ahora entra lo de anoches—repitió Salomón, como si esa advertencia fuera parte de su discurso.

Daniel le pegó un fuerte tirón de los calzones.

«Señores continuó Salomón, ya sabemos >todos que anoche han querido escaparse unos sal»vejes unitarios y no lo han conseguido porque el »señor comandante Cuitiño se ha portado como »buen federal; pero, entretanto, uno se ha escon»dido no sé en dónde, y así ha de ir sucediendo to»dos los días, si no nos portamos como defenso »res de la santa causa de la federación. Yo he lla»mado á ustedes para que juremos otra vez per>seguir á los inmundos salvajes unitarios que »quieren fugarse para Montevideo y unirse al par»dejón Rivera y venderse al oro asqueroso de los »franceses. ¡Esto es lo que quiere nuestro Ilustre »Restaurador de las Leyes! He dicho, y Viva el »Ilustre Restaurador de las Leyes! Y mueran »todos los enemigos de la santa causa de la fede>ración !» Mueran á puñal los salvajes, inmundos unitarios! grító otro de los entusiastas federales, y este grito y todos los de costumbre se repitieron por díez minutos, tanto en la sala de sesión como en la calle, donde había, apiñada á las ventanas, na multitud tan entusiasta y honrada como la que daba la fiesta en la casa del coronel Salomón, —Pido la palabra—dijo el comandante Cuitiño, levantándose.