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una divisa algo más larga y sin sus guantes blancos, entraron en la sala de la sesión.

— —Buenas tardos, señores—dijo Salomón con el toro más serio y magistral del mundo, encaminándose á ocupar la silla que había delante de la mesa de pino.

—Buenas tardes, presidente, coronel, compadre, etc. contestó cada uno de los presentes, según el título que acostumbraba á dar á don Julián Salomón; lanzando todos á la vez una mirada sobre aquel hombre que acompañaba al presidente y en el que ochaban de menos los principales atributos federales en el vestido, y hallaban de más una cara y unas manos demasiado finas.

—Señoras—dijo Salomón, el señor es don Daniel Bello, hijo del hecendado don Antonio Bello, patriota federal, á quien yo le debo muchos servicios. El señor, que es tan buen federal como su padre, quiere entrar en nuestra sociedad restauadora, y está esperando que llegue su padre para incorporarse con él, y entretanto quiere venir algunas veces á participar de nuestro entusiasmo federal. Viva la Federación! ¡Viva el Ilustre Res1 taurador de las Leyes! Mueran los inmundos, asquerosos franceses! ¡Muera el rey guardachanchos Luis Felipe! Mueran los salvajes, asquerosos unitarios, vendidos al oro inmundo de los franceses! Muera el pardejón Rivera 1 Y esas exclamaciones, lanzadas por la atronadora voz del presidente Salomón, fueron repetidas en coro por todos los asistentes que, á la par que gritaban, hacían círculcs por sobre su cabeza con el puñal que desenvainaron desde el primer grito de su presidente: y este grita, que se oía en cuatro cuadras á la redonde, fué repetida por la turba que