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Quiero frecuentar su relación.

Bien.

—Quiero que sea en esta semana el primer dia en que nos veamos.

—Bien, ¿quieres més?—contestó Daniel con seriedad.

—Nada más—respondió Florencia, y extendió su mano á Daniel que la conservó entre las suyas.

En cualquiera otra ocasión, habría impreso un millón de besos en esa mano tan querida, pero en ésta, fuerza es decirlo, su espíritu estaba preocupado con los peligros que amenazaban á sus amigos de Barracas.

1 —¿Estás segura de que el bandido no dió ninguna seña particular de Eduardo?—le preguntó Daniel.

—Cierta; ninguna.

—Necesito retirarme, Florencia mía, y, lo que es más cruel, hoy no podré volver á verte.

Ni á la noche?

Ni á la noche.

Acaso irá usted á Barracas?

—Si, Florencia, y no regresaré hasta muy tarde. ¿Crees tú que no debo estar al lado de Eduardo, velar por su vida y por la suerte de mi prima, á quien he comprometido en este asunto de sangre?

Que debo abandonar á Eduardo, á mi único amigo, á tu hermano, como tú le llamas?

—Anda, Daniel—contestó Florencia, levantándose de la silla y bajando los ojos, cuyo cristal acababa de empañerse por una lágrima fugitiva, cosa rarísima en esa joven.

— Dudas de mí, Florencia?

—Anda, cuida de Eduardo; es cuanto hoy puedo decirte.