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ww 202 —¿Qué?

Hablo de la gruta. ¿Son muy bellos los jardines, señor?

Pero dónde, dónde?

—En Barracas, por ejemplo—y diciendo estas palabras la joven dió la espalda á Daniel y empezó á pasearse por la sala con el aire más negligente del mundo, mientras en su inexperto corazón ardía la abrasadora fiebre de los celos; esa terrible enfermedad del amor, cuyos mayores estragos se obran á los dieciocho años y á los cuarenta años, en la vida de las mujeres.

—En Barracas—exclamó Daniel, dando precipitadamente algunos pasos hacia Florencia.

—Y bien, ¿no estaría usted perfectamente allí?

—continuó la joven, volviéndose á Daniel.—Además—siguió, moviendo la cabeza y repitiendo su gesto favorito, —usted tendría cuidado de que no lo hiriesen, para evitar que su retiro fuese descubierto por los médicos, los boticarios ó las lavanderas.

En Barracas! ¡herido! Florencia, me matas si no te explicas.

—Oh! no se morirá usted; á lo menos, hará usted lo posible por no morirse en la época más venturosa de su vida. Ni siquiera temo que se deje usted herir en el muslo izquierdo, que debe ser una terrible herida cuando es hecha por un sable enorme.

Somos perdidos, Dios mío!—exclamó Daniel, cubriéndose el rostro con sus manos.

Un momento de silencio reinó entre aquellos dos jóvenes que, amándose hasta la adoración, estaban, sin embargo, torturándose el alma, al influjo del genio perverso que había soplado la llama de