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exclamó, bajando la cabeza y apretando sus ojos con la mano.

Un momento de silencio volvió á reinar en la saIa. Daniel lo interrumpió al fin.

—Pero, Florencia, el proceder de usted es injusto, inaudito: ¿me negará usted el derecho que tengo para solicitar una explicación?

— Una explicación! y de qué, señor? ¿De mi proceder injusto?

ww —Eso es lo que pido, señorita.

Bah! Eso es pedir una necedad, caballero.

En la época en que vivimos no se piden explicaciones de las injusticias que se reciben.

—Sí, pero eso será muy bueno cuando se tratede asuntos de política, pero crec que ahora...

Qué cree usted?

—Que no tratamos de política.

—Usted se engaña.

Yo!

—Cierto. Creo que conmigo son los únicos asuntos que le conviene á usted tratar; & lo menos, tengo mis razones para creer que son los únicos para que yo le sirvo á usted.

Daniel comprendió que Florencia le schaba en cara el servicio que le había pedido en su carta de la víspera, y este golpe dado en su delicadeza, agitó visiblemente sus facciones, mientras que Florencia lo miraba con una expresión, más bion de lástima que de resentimiento.

—Yo pensaba que la señorita Florencia Dupasquier dijo Daniel con sequedad, tenía algún interés en el destino de Daniel Bello, para tomarsa alguna incomodidad por él cuando algún peligro amenazaba la existencia de sus amigos, ó la suya propin, quizú.