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198 Y era esto precisamente cuauto Daniel deseaba sobre todo lo demás, es decir, una ignorancia completa, ó una confusión de relaciones en todos aquellos á quienes se había dirigido, y cuyos informes debía recoger en el resto del día.

Ya sabía que el Ministro estaba ajeno á cuanto había pasado. Iba á saber, por la linda boca de su Florencia, lo que hablaban doña Agustina Rosas de Mansilla y doña María Josefa Ezcurra sobre aquel incidente, cuya relación que de él hiciesen, debía provenir directamente de la casa de Rosas, adonde habrían convergido los informes de Victorios y sus agentes, y adonde esas señoras concurrían todas las mañanas; y por último, esa tarde sabría lo más o menos informada que estaban la Sociedad Popular y su presidente sobre las ocurrencias de la noche anterior, con lo cual habría tomado entonces todos los camincs oficiales y senioficiales por donde podía andar, más o menos oculta, en la capital de Buenos Aires, una noticia de la clase de aquella que tanto le interesaba saber.

Entretanto, él no había perdido el tiempo cu su ministerial visita, pues había conseguido que el soñor ministro Arana se envolvicse en una red, primorosamente tejida por las manos de ese joven que, casi solo, sin más armas que su valor, y sin más auxiliares que su talento, en una época en que todos los vínculos y todas las consideraciones de honor y de amistad empezaban á ser relajados prodigiosamente por el terror en ese pueblo sorprendido por la tiranía; pero en el cual, es preciso decir lo, no había descivuéltose nunca ese espíritu de asociación que sus necesidades morales reclamaron siempre; por ese joven, docíamos, que era una AMALIA 13.—TOMO I