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gones, y jefe de voraceros del Orden al coronel don Mariano Acha. ¡Imaginate, hijo inio, la impresión que todo esto me causaría, desnudo, como estaba yo en la puerta de Nicolasa !

—Sí, sí, prosiga usted—dijo Daniel, que estaba devorando palabra por palabra, cuantas salían de la boca de don Cándido, que hubiese querido pagar con toda su fortuna, y que, sin embargo, no obraban la menor alteración en su exterior, pues que estaba oprimiendo los movimientos de su fiscnomia, con el irresistible poder de su voluntad.

J ¿Qué he de proseguir, qué más necesitamos saber? Todo lo que en seguida contó á su madre, no fué sino sobre fiestas, sobre alegría, y sobre novimientos militares en las provincias, declarándose casi todas contra Rosas.

—Pero pronunciaría algún otro nombre, alguna cosa especial.

—Ninguna. Estuvo apenas diez minutos con su madre, y se fué después de darle algún dinero y besarle la mano, prometiéndole que hoy volvería, si no lo despachaban de madrugada; porque ese hijo, oh! te voy á contar toda la historia...

Qué edad tiene ese hombre ?

—Es joven, veintidós ó veintitrés años á lo más; alto, rubio, nariz aguileña, buen mozo, gallardo, fuerte, varonil.

—A los veintidós años un hombre no es comúnmente malo. Un hijo que atiende á su madre desde lejos, es un hombre de corazón. No tenía interés ninguno en engañar á su madre. Don Cándido no ha mentido en una palabra de cuanto me ha dicho, luego el suceso es cierto. Providencia divii na—dijo Daniel para sí mismo, sin dar atencióu á los últimos adjetivos de don Cándido.