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da, y después de cambiadas algunas palabras que no oí, la ventana, se abrió y el hombre entró en el cuarto. Mis ideas se confundieron, mi cabeza era un horno volcanizado y ardiente; me creí vendido, y sin perder un momento, salí descalzo al patio y fuí á mirar por el ojo de la llave en el cuarto de Nicolasa. Y á quién te parece que reconocí?

—Dígalo usted, y lo sabré con más propiedad.

—Al hijo obediente, sumiso y cariñoso de NicoJasa, que la estaba abrazando. Sin embargo, yo no me retiré por eso, quise convencerme bien de que no me amenazaba ningún peligro iniminente, y escuché atento. Nicolasa ofreció hacerle una cama, pero él rehusó, diciéndole que tenía que volver en el acto á la casa del Gobernador, que venía de chasque de la provincia de Tucumán, y hacia un momento que había entregado los pliegos.

—Prosiga usted, pero sin olvidar cosa algunale dijo Daniel, á quien ya no importunaban los adjetivos, los episodios ni los circuiloquios.

—Todas las palabras las tengo en la memoria como grabadas con cendente hierro. Le dijo que los pliegos eran de unos señores muy ricos de Tucumán, en que le anunciarían al Gobernador, probablemente, lo que había hecho el general Lamadrid. Nicolasa, curiosa indagadora, como toda mujer, le hizo preguntas a este respecto, y el hijo, conjurándola á que guardase el más profundo silencio, le refirió que, luego de llegar Lamadrid á Tucumán, se pronunció públicamente contra RoBas, que todo el pueblo lo había recibido en fiesta, y que el Gobierno lo había nombrado, y hecho reconocer, General en jefe de todas las tropas de l{nea y milicia de la provincia, cotno también por jefe del Estayo Mayor al ecronel don Lorenzo Lu-