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guntóle Daniel, mordiéndose los labios, pero sin dejar asomar á su fisonomía la más leve señal de la impaciencia que lo agitaba.

—Deseabe, pues, que me hicieras un grande y no menos importante servicio, Danielwww —Pero eso es lo mismo que me dijo ustod al empezar la conversación, señor.

—Despacio, vamos por partes.

—Vamos como usted quiera, vamos.

Tú tienes relaciones?

—Sí, señor.

—¿Poderosas?

—Sí, señor.

—¿Y con Victorica también?

—Sí, señor.

—Entonces, Daniel, hazme...

¿Qué?

—Daniel, en nombre de tus primeras planas, que yo corregía con tanto gusto, hazme... ¡estamos solos?

me...

—Perfectamente solos—le contestó Daniel, algo sorprendido al ver que don Cándido se ponía, pálido á medida que hablaba.

—Entonces, Daniel querido y estimado, hazQué? por todos los santos del Ciclo.

—Hazme poner en la cárcel, Daniel—dijo don Cándido, pegando su boca á la oreja de su discípulo, que se dió vuelta, y con toda la fuerza de su alma, clavó los ojos en su fisonomía, para ver si descubría algo que lo convenciese de que su maestro estaba loco.

—Te sorprendes? continuó don Cándido, sin embargo, yo oxijo de ti ese servicio eminente,