Con el sombrero en la mano izquierda y la oafa de la India en la derecha, entró con paso magistral, poniendo luego el sombrero y el bastón en una silla, y dirigiéndose á Daniel con la mano estirada.
—Buenos días, mi querido y estimado Daniel.
Por ser el día que más he necesitado hablarte, parece que se me han puesto mayores dificultades para conseguirlo, á mí, á tu primer maestro 1 Pero, en fin, ya estoy á tu lado, y, con tu permiso, me siento.
—Sabe usted, señor, que yo me levanto tarde generalmente.
—Siempre tuviste ese costumbre «intrínseca», ese instinto inzato; más de una vez te puse en penitencia severa por haber faltado á las horas improrrogables de clase.
—Y con todas las penitencias no logró usted enseñarme á escribir, que es lo peor que pudo sucederme, mi querido señor don Cándido.
—De lo que yo me lisonjeo mucho.
—¡Es posible !... Mil gracias, señor.
—En los treinta y dos años que he ejercido la nohle, ardua y delicada, tarea de maestro de primeras letras, he observado que sólo los tontos adtquieren una forma de escritura hermosa, clara, fácil, limpia, en poquísimo tiempo; y que todos los niños de grandes y brillantes esperanzas, como tú, no aprenden jamás una escritura regular, mediana siquiera.
—Gracias por la lisorja, pero declaro é usted que yo me avendría mucho con tener menos talento y mejor letra.
Pero eso no obsta á que me tengas cariñoso y sincero afecto, no es verdad?
AMALIA 12. TOMO I