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Hermosos versos, doña Marcelina.

—Magníficos. Eran los que le componían el año 33. Ah! ese insulto lo recibí en tiempo de la primera administración de ese gaucho asesino que ine hizo víctima de mis opiniones políticas, y quizá también de mi amor á la literatura, porque este salvaje proscribió á todos los que nos dedicábamos á ella. Todos mis amigos fueron desterrados. Ah, época fausta de los Varelas y Gallardos! pasó, pasó á la nada, como dice... ; Acuerdese usted, señor don Daniel, acuérdese usted!

—y doña Marcelina, que empezaba & sudar después de su discurso, se pasó el pañuelo con pinos por la frente, y se echó a los hombros el que le cubría el pecho.

— —Fué una injusticia atroz—le respondió Daniel con una cara en cuya grave y magistral seriedad estaba pintada la más franca expresión de la risa que estaba agitando su espíritu.

—¡Átroz!

—Y de la que sólo las relaciones de usted pu dieron salvarla.

—Así fué, ya se lo he referido & usted muchas veces; me salvó uno de mis más respetables amigos, que se condolió de la inocencia ultrajada por la barbarie, que es lo más inhumano, como dice Rousseau—exclamó con énfasis doña Marcelina, cuyo flaco eran las citas literarias, y cuyo fuerte eran las citas de otra especie.

—Rousseau tuvo razón en escribir esa admirable novedad dijo Daniel conteniendo la risa, que le hervía en el pecho al oir aquel nombre y aquella cita en los labios de doña Marcelina.

—Pues eso fué lo que dijo. Oh, si supiese usted la memoria que tengo! sabía la Argia y la