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No hacía nada más.

—Pero te he preguntado cómo ostaba vestida.

—Con un vestido blanco con listas verdes, todo abierto por delante y atado á la cintura.

— Bellísima descripción! Eso se llama un batón de mañana, Ferrnín. ¡Qué linda estaria! Y bien qué más?

—Nada más.

—Eres un tonto.

—Pero, señor, si no tenía otro vestido.

—S, pero tenía zapatos ó botines, tenía algún pañuelo, alguna cinta, alguna otra cosa en fin que tú has debido ver para contármelo todo.

Y cuándo iba á fijarme en todo eso, señor!

—respondió el criado de Daniel con esa calma y esa expresión burlona en la fisonomía, peculiares al gaucho; porque Fermín lo era por su primera educación, aun cuando los hábitos de la ciudad habían corregido mucho aquéllos de su niñez.

—Peor para ti. Vamos á otra cosa. ¿Quiénes están ahí?

—La mujer a quien fuí á llamar de parte de usted, y don Cándido.

Ah! mi maestro de palotes; ¡el genio de los adjetivos y de las digresiones ¿Y qué motivo lo trae por esta casa? ¿Sabes algo de eso, Fermín?

—No, señor. Me ha dicho que tiene precisión de hablar á usted; que hoy, á las seis, vino y halló la puerta cerrada, que volvió á las siete, y desde esa hora está esperando á que usted se levante.

— Diablo! Mi antiguo maestro de escritura no ha perdido la costumbre de incomodlarme, y habría querido que me levantase á las seis de la maanal Hazle entrar en mi escritorio, pero después