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¡Pues es gracioso! ¿y á quién he de referirme sino al mismo Daniel?

—¡Oh! eso es imposible, señora; Daniel no me ha engañado jamás—contestó con altivez Florencia.

—Yo he querido creerlo así, pero tengo datos.

—¿Datos?

—Pruebas. No ha pensado usted en Barracas } más de una vez? Vamos, la verdad, á mí no me engaña nadie.

Alguna vez hablo de Barracas, pero no veo qué relación tenga Barracas conmigo.

Con usted indirecta: con Daniel, directamente.

Lo crec usted?

—Y mejor que yo, lo sabe y lo cree una cierta Amalia, prima hermana de un cierto Daniel, co nocido y algo más de una cierta Florencia. ¿Comprende usted ahora, mi paloma sin hiel?—dijo la vieja, riéndose y acariciando con su mano sucia la espalda tersa y rosada de Florencia.

—Comprendo algo de lo que usted quiere decirme, pero creo que hay alguna equivocación en todo eso—contestó la joven con fingido aplomo, pues que su corazón acababa de recibir un golpe para el cual no estaba preparada, aun cuando le era perfectamente conocida la maledicencia de la persona con quien hablaba; ¡qué mujer no está pronta siempre á creerse engañada y olvidada del ser é quien consagre su corazón y sus amores!

No me equivoco; no, señorita. ¿A quién ve esa Amalia, viuda, independiente y aislada en su quinta? A Daniel solamente. ¿Qué ha de hacer Daniel, joven y buen mozo, al lado de su prima, joven, linda, y dueña de sus acciones? No ha de AMALIA 11. TOMO 1