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que he de avisar á Juan Manuel de este acto de humanidad que tanto la honra; y mañana mismo mandaré el dinero al señor don Juan Carlos Rosado, ecónomo del hospital de mujeres—y apretaba con sus manos los billetes, como si temiera se convirtiese en realidad la mentira que acababa de pronunciar.

— Mamá quedaría bien recompensada con que tuviese usted la bondad de no referir este acto, que para ella es un deber de conciencia. Sabe usted que el señor Gobernador no tiene tiempo para dirigir su atención á todes partes. La guerra le absorbe todos sus momentos; y, si no fuesen usted y Manuelita, difícilmente podría atender á tantas cargas como pesan sobre él.

La lisonja tiene más acción sobre los malos que sobre los buenos, y Florencia acabó de encantar á la señora con esta segunda ofrendo que le hacía.

—Y bien que le ayudamos al pobre l—contestó arrellazándose en el sofá.

—Yo no sé cómo Manuelita tiene salud. Pesa en vela las noches, según se dice, y esto acabará por enfermarla.

—Y dadas ya.

—Anoche, por ejemplo, no se ha acostado hasta las cuatro de la mañana.

Hasta las cuatro?

—Pero ahora, felizmente, creo que no tenemos ccurrencias ningunas.

Bah! Cómo se conoce que no está usted en la política. Ahora más que nunca.

Cierto. Yo no puedo estar en unos secretos que sólo usted y Manuelita poseen muy dignamente; pero pensaba que, estando tan lejos Entre Rios, donde es el teatro de la guerra, los uni-